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Usted empezará a caminar buscando un objetivo, algún momento urbano que estaría bien registrar. Lo encuentra; cree encontrarlo. 
Es interesante, notará que en la escena hay un auto bastante singular, una esquina antigua reformada con globos en la puerta y un local, negro, todo negro, que tiene dos carteles enormes de la inmobiliaria más poderosa de su ciudad. Ah, pero qué bien! El señor tiene sentido de la ironía, una mirada mordaz! Realmente un transgresor. Entonces se sentirá conforme con la elección y se sentará en frente, en esa indecisa construcción de ladrillos, con cuidado de no apoyarse sobre algún sorete o esos restos de botella partida.
Conforme avancen las líneas del dibujo usted se sentirá seguro de la elección; esta esquina es interesante, casi polémica, como a usted dice a todos que le gusta. Está seguro de quedar feliz con el resultado. Mirará entonces el autito, otra vez, sabe que sin él esta imagen no tendría el mismo impacto. 
Tendrá momentos de dificultad, como bien sabe: las letras del local rojo son un desafío y las de los carteles no van a estar fáciles tampoco. Terminará las letras del local, mirará el original y de nuevo el dibujo. Inclinará la cabeza y pensará que están bien, bien. Probará con el auto, usted que siempre esquiva los autos, mire, ahora un auto es un actor imprescindible para esta escena, se encerró a usted mismo. Comenzará lentamente buscando la silueta, temeroso. Lo termina. Bien, se podrá conformar, le salió como quería.
En este punto tomará la decisión que condenará este dibujo: sacará una foto. 
La foto desde el mismo lugar desde el que está dibujando, sin saber muy bien para qué. Usted pensará, hoy no llego a pintarlo, le paso acuarela después. Y sí señor, ahí está la cuestión de la condena: lo pintará después mirando una foto. 
Luego del café con sus compañeros llegará a su casa, conforme, contento con su dibujo de líneas. Le faltará dibujar más allá de la esquina a la izquierda, pero claro; EL SEÑOR TIENE UNA FOTO. No, bárbaro, total abre la foto en el monitor y dibuja lo que registró la cámara del celular. Fresquísimo retrato! Vibrante, cargado de movimiento. Sabrá que no lo va a hacer, pero le cuesta reconocer que no terminó el dibujo en el momento. Y por qué hay que dibujar todo para terminar? Será una pregunta que podría ir masticando.
Ese mismo día, ya en su casa, la foto en el monitor, ropa cómoda, emprenderá el proceso de acuarelado. Inmediatamente estará percibiendo un desontento con esta situación. Vendrá el aburrimiento, el sinsentido. Se preguntará, bien por usted, si va a llegar a terminarlo el mismo día. Y no señor! Porque estará empeñado en pintar todo, como la foto en el monitor le indica. Ya verá que en ese punto tendrá el dibujo a medio pintar y las ganas de seguir ya desinfladas.
Entonces dejará pasar otro día, pintando de a ratos hasta que lo termine. Y lo terminará por cansancio, dejando los blancos que se había propuesto ocupar como vacíos anárquicos. 
Se podrá felicitar, ha llegado al perfecto punto de falta de control sobre la obra. Para su alivio podrá darse por terminado con esto y proceder a mostrar esa mirada tan punzante que tiene sobre la realidad.

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