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Llueve, tomamos la calle Quattro Fontane. Clara duerme, la lleva Luciana en la mochila. Llueve más fuerte, qué hacemos. Aparece en la esquina la iglesia proyectada por Borromini. Entramos, después de plegar el cochecito vacío para subir los escalones. Estos ocupan toda la vereda, previsiblemente angosta. No somos los únicos paganos que se cobijan del clima en un recinto católico. El acceso es domestico en su escala, se siente cómodo al cuerpo y todo parece alcanzable con las manos. Luciana se sienta en el último banco, si es que no tienen otro nombre, clarita con los ojos cerrados. Recorro la iglesia, revivo los dibujos que hice cuando la estudiaba, me adelanto a la ubicacion de los espacios. Recuerdo partes dela historia de Borromini, y bueno, acá está. Del claustro voy a la cripta y al pasar veo nuevamente a Luciana al fondo. Gestos con la mano, que sigo recorriendo, todo bien ahí, pulgar arriba, sigue durmiendo. De la cripta vuelvo con ellas, me siento en el piso contra una puerta. Aparece esta imagen, la quiero guardar.

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