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Terminé de comer. Fideos, un poco de perejil y pimienta y queso sardo y todo salteado en la sartén con el aceite de oliva de desconocida calidad. Se puede agregar que Luciana salió a comer afuera y yo no tenía ganas de hacerme preparaciones elaboradas, si se desea incorporar información complementaria.

Termino el plato, tomo agua, voy a buscar una mandarina a la cocina, la pelo, está buena, ya novienen tan secas, bueno, un gajo sí, será la estación, dejo el plato, vajilla, en la cocina, después lavo, después lavo. Barrer, eso sí; quedaron migas en el piso. Devuelvo la escoba a la cocina, con la palita adherida al mango como un clavel del aire al cable, la selección natural de Colombraro.

Sospecho que en todo el tiempo que pasó hasta que volví de la cocina algo pasó. Corrijo: tuvo que pasar algo en la cocina mientras yo no estaba, porque cuando volví a entrar como se entra a cualquier ambiente que está separado de otro por una puerta habiendo estado antes uno en éste último, requerimiento esencial para no cometer el atropello, por caso, de construir aquel puente que termina en la misma orilla en la que empieza, cuando volví a entrar, decía, me quedé un momento parado al lado de la heladera, qué está al lado de la puerta como es el caso, en silencio. Los objetos parecían mirarme todos al mismo tiempo, pero instantáneamente inmobilizados. Como si el observador los definiera en su lugar y en relación unos con otros, aunque fueran las mismas posiciones en las que yo los había dejado. Esta última afirmación no puedo defenderla, porque por supuesto no estoy ocupando la total atención en cuestiones como en qué posición dejo cada elemento sobre la mesada de la cocina para lavar después. Evidentemente uno transita la vida haciendo pequeñas cosas cotidianas de relleno con tan poca atención que comete el error de no dejar ningún testigo, nadie que te diga, sí: el rallador estaba a veinticinco grados en relación al eje longitudinal de la tabla de las verduras, y a cuatro dedos del vértice más cercano, no como están ahora.

Lamentablemente no tengo ninguna explicación para este fenómeno que no vi y del que no tengo más constancia que la seguridad de que pasó. Puedo convencerme, lo que pasó fue que los sistemas que son cada objeto, el rallador, el plato, las cáscaras de mandarina, que estaban a diferentes temperaturas interactuaron buscando equilibrarse y aumentar la entropía del entorno y del universo, solidarizándose y buscando la más justa redistribución de la energía, de la riqueza, en definitiva. 

Ante estas cavilaciones tan decisivas para poder empezar a lavar los platos, me decidí a registrar el momento en un dibujo. Los que miren finamente podrán ver en la escena este fenómeno de los objetos que estaban haciendo algo justo antes de ser dibujados.

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